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El silencio es parte de la vida cotidiana de las personas con las que trabajamos. Un silencio hacia afuera que es, en cambio, muchas veces, un ruido atronador hacia dentro que agota

PAU PÉREZ SALES
Director clínico del Centro Sir[a]

El silencio es parte de la vida cotidiana de las personas con las que trabajamos. Un silencio hacia afuera que es, en cambio, muchas veces, un ruido atronador hacia dentro que agota, hecho de sombras innombrables, porque para ponerles nombre hay que ponerles cara y porque ponerles rostro es darles carta de realidad.  

Muchas veces nos preguntamos el por qué de este silencio. Lo preguntan los jueces, el personal de la administración o los servicios sociales que leen muchas veces las afonías del alma como los pasos en falso del que miente. 

Y pensamos que debería ser fácil compartir lo vivido si es cierto que eso va a suponer un alivio. Pero hablar, es a veces, casi tan traumático como hacerlo.

Y pensamos que debería ser fácil compartir lo vivido si es cierto que eso va a suponer un alivio. Pero hablar, es a veces, casi tan traumático como hacerlo. Contaba Semprún en La Escritura o la Vida que, al salir del campo de concentración en que había estado los últimos dos años, se cruzó con tres soldados franceses en un camino cercano al campo. A medida que se acercaba iba observando como se transformaba la mirada de aquellos, mezcla de horror, incredulidad y compasión. ¿Cómo contarles – reflexionaba Semprún – el olor de las chimeneas del campo de concentración a quien nunca estuvo cerca de esa realidad?. Es el muro invisible de la victima que convierte la realidad en el nosotros de las victimas y el ellos -los que no pueden entender – del resto del mundo. Es la encrucijada de quienes no podremos nunca entender el olor de las chimeneas de Palestina, asediada en estos días por ritos de venganza que se dicen sagrados.  

Enmudece el propio trauma, que es el primero de los silencios. El trauma de haber vivido la muerte inminente, del miedo incoercible, la indefensión y la pérdida absoluta de control, las imágenes traumáticas y las vivencias de vergüenza, humillación y culpa.  

Enmudecen los apuros para hablar, y son el segundo silencio. La dificultad de los procesos legales, muchas veces en un país y una cultura que no son las tuyas, enmudecen la carencia de medios económicos para sustentarlos – ¿cuánto cuesta un peritaje privado en nuestras sociedades que hacen de todo beneficio? ¿qué forenses de un juzgado escucharan con el tiempo y el respeto que las víctimas de tortura necesitan?-. Pero sobre todo, ¿cuánto tiempo y energía puede dedicar una persona a todo este proceso, cuando tiene que focalizar sus esfuerzos en la supervivencia inmediata? 

Hacen callar las actitudes de quienes escuchan el dolor con aire rutinario y mirada escéptica, naturalizando las violencias, minimizando la gravedad de los hechos o comparándolo con el de otras víctimas, como si pudiera hacerse una gradación de sufrimientos. Cuántas victimas callan porque -en su entender- no sufrieron tanto como otras, y en esa vergüenza del superviviente donde minimizan su relato y opacan los hechos que han vivido.  

Hacen callar la ausencia de salvaguardas jurídicas, la documentación hecha sin el respeto a las garantías mínimas, violando principios de independencia de los profesionales médicos, con una documentación forense de escasa calidad y valor legal. 

Pero hacen callar también la autocensura, no querer hacer daño a los familiares, intentar evitar que lo que fue vivido como humillación sea ahora también un menoscabo compartido. Evitar la compasión 

Para la mayoría de las personas supervivientes el relato de lo ocurrido y las emociones y pensamientos que conlleva requiere de un tiempo, del lapso hasta que llega “el momento en que es posible contar”, en que las rumiaciones dan, por fin, la cosecha del relato, por fragmentado que sea. 

Y provoca silencio el convencimiento, muchas veces irreductible, y por desgracia, demasiadas veces cierto, respecto a la impunidad del perpetrador y quienes le amparan y encubren,  con una conciencia clara de la diferencia existente entre el poder y el estatus de unos y las vulnerabilidades y el estigma de otras. 

¿Por qué el silencio? Para muchos supervivientes la pregunta en realidad es: ¿por qué hablar? 

Muchas veces nos preguntamos el por qué de este silencio. Lo preguntan los jueces, el personal de la administración o los servicios sociales que leen muchas veces las afonías del alma como los pasos en falso del que miente.

Pau Pérez SalesDirector clínico del Centro Sir[a]

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